Y estaba allí, después del segundo sorbo la ví, su piel morena brillaba cómo la plata bajo la luz de la luna, sentía el cálido latir de su corazon en mi pecho, ceceaba como siempre, le decía mi nombre a la noche, temblaba y me abrazaba de nuevo, eramos dos niños bajo las sábanas, contando estrellas, pero ahora miraba mi reflejo en sus grandes ojos grises, en sus ojos que no habían envejecido ni un solo día y no me reconocía.