Buscaba en la parte mas herrumbrosa del libro, una pista que me condujera de nuevo a ella. Era dificil traducirlo desde el árabe, sobre todo sin dominar completamente el idioma; las páginas que casi se disolvían al pasar la hoja, desprendían siglos de información con el polvo que turbaba el aire. Había palabras que no entendía, que no aparecían en mi diccionario, otras tantas escritas con una caligrafía diferente; nisiquiera estaban escritas en el mismo idioma. Al principio no podía ver las imágenes que escondían las páginas, diferentes entes que te observaban a través del papel. Todos posaban la mirada sobre tí al exponer su reino impreso; en casi todas las ocasiones sus ojos abiertos de par en par, eran como dos abismos negros en los cuales se creía poder perder la cordura; durante la mañana de un domingo lo encontré, después de tantos años podría volver a verla, y sentir su aroma entre mis brazos, sentir de nuevo su calor abrigarme en el frío de la madrugada. Ese día la habitación era iluminada por los primeros rayos de la mañana, estos templaban las sábanas revueltas de mi cama de algodón blanco donde ella solía dormir con migo; ahora estaban vacías. Hace mucho que había dejado de hacer la cama, dormía cada tanto y me levantaba de nuevo a leer, y mientras dormía soñaba con lo que ese libro gestaba en mi mente: todos esos saberes perdidos, que hace mucho debieron ser olvidados, los tenía en el escritorio de madera negro, al lado de mi cama y en mi mente. Las leyendas espectrales sin siquiera forma material, me susurraban al oído palabras incomprensibles que lograba entender, me decían donde encontrarla, cuando ellos me hablaban durante la noche el miedo me paralizaba, tenía miedo de verlos, de verlos contemplarme con esos dos ojos negros, desorbitantes, que absorbían como abismos la obscuridad de la noche; la perdí mas veces de lo que se tiene permitido en esta vida; la perdí con un hombre entre sus piernas y la perdí el dia que murió. Ana era su nombre, y mis labios estaban cansados de pronunciarlo con suspiros del pasado, con lágrimas de un futuro inexistente. Murió un día de Abril y no he dejado de buscarla desde entonces; encontré el Grimorio en un antiguo monasterio en Escocia, estaba cubierto en polvo en un estante olvidado por Dios. Cuando encontré el sortilegio que me ayudaría a hallar a Ana recuerdo que miré las motas de polvo volar libremente sobre la luz de la mañana, el cuarto estaba invadido de su efecto tindall, creando sombras en un día iluminado. Una de las páginas abiertas casi de color café y arrugada como una hoja otoñal, tenía un ser pasmado en ella, que me miraba sin tener rostro, que me miraba sin siquiera existir. Desde que falleció mi tía, años atrás, me mude a casa de mi tío para cuidarlo, tenía demencia senil y no se valía por si mismo. Al nunca haber tenido hijos me quede en una de las muchas habitaciones vacías de su vasto hogar, una casa antigua derroida ahora por el tiempo, sus escaleras que bajaban por los lados del salón principal coronaban un ventanal que dirigía la mirada hacia el jardín posterior, ahora consumido por la maleza que no perdonaba el paso de los años, en él me encontró mi tío, con leves estragos de una demencia latente, me encontró desgarrado con la imagen de Ana en mis ojos, me reconfortó con las palabras de un auténtico padre mientras el sol nos bañaba con su dorada luminiscencia. Ambos me prometían que el tiempo así como oxida al acero o pudre la carne, sanaría mis heridas; aún en su letargo a mi tío le afligía mi ausencia en la casa, aún estando en ella, no lo estaba. Decidí realizar el sortilegio en casa pero lejos de él, me sería imperdonable causarle algún mal a tan generoso hombre, que en ausenia de mi padre decidió criarme, el hombre que todas las noches lo escuchaba sollozar a través de los interminabes salones y pasillos, se lamentaba por sucesos que ya no podía recordar. La mañana del cuarto día del cuarto mes me sentí preparado para lograrlo, cubrí las ventanas de mi habitación con un rebestimiento negro que ocultaba el reino de Dios del ojo del hombre, cerré la puerta con llave y pinté en ella un pintarrajo que copié del libro, nueve círculos concentricos rojos, rellené el séptimo de ellos y dejé que la pintura, como se me indicó, se corriera, y formara en la madera blanca de mi puerta dieciocho caminos carmines, con el temblor que invadía mi mente, apenas pude controlar mi cuerpo para la tarea, pegué mi frente en el centro dando la espalda a lo que yo temía ya no era una habitación vacía, sentí la pintura fresca en mi cara, fría besaba mi sudor que brotaba en un día templado, me apoyé lo más duro que pude para disminuir el temblor, fue en ese momento cuando me pidieron que repitiera su verbo, le susurré aquellas palabras a la obscuridad, se las murmuré como al oído de un amante, lentamente la lobreguez y el absoluto silencio se acentuaron, esperé apoyado en la puerta, el sonido de mi respiración llenaba el cuarto, mientras mis costillas se expandían la pintura había secado y había dejado de estar fría, sutil al punto de no escucharse, chillaron los resortes de mi cama, detras de mí, soltaron un último suspiro de óxido antes de que volteara sobresaltado, pero sólo veía el vacío de la obscuridad llenándolo todo, me quedé inmóvil, dejé que la nebulosa negrura de la alcoba me rodeara, que consumiera mi mente, de pronto escuché a mi tío tratando de girar el pestillo, alcanzó a abrir la puerta tan sólo un poco antes de que lo detuviera, entró entonces un curioso haz de luz, un haz de luz travieso que atravesó la alcoba e iluminó la mitad de la cara de Ana, ví uno de sus hermosos ojos cobrizos junto con una franja de su aperlada piel, la mitad de su boca encarnada no dibujó expresión alguna, toda su belleza se veía enmarcada por las tenebrosas tinieblas, no podía contener mi alegría, la ví colgada de aquel techo como un candil, sin embargo se encontraba en frente mío, cerré la puerta de un golpe, empujando a mi tío del otro lado, que gritaba algo sin importancia, la oscuridad selló el silencio de nuevo, avancé lentamente hacia la noche, caminaba con los brazos extendidos, incluso los dedos tensos se entrelazaban con la lobreguez, tratando de encontrar el menor indicio de ella, la noche homogenea no dejaba escapar ninguna señal, hasta que sentí una superficie dura, áspera, la reconocí al posar mis palmas sobre ella, levanté la vista, ví lo que más temía, el sol se escondía detrás de las escabrosas montañas y doraba las ramas del árbol que estaba tentando, a mi alrededor los árboles como verdaderos entes se alzaban hasta donde alcanzaba la vista, con un cálido color anaranjado se iluminaban sus copas, ya no estaba en mi alcoba; -hay alguien más en la casa, Mandalay, Mandalay, ¿dónde estás?- las palabras de mi tío brotaban de las alargadas sombras de los árboles que se arrastraban lentamente entre el barro, cada sílaba contenía más histeria que la anterior, llegaban a mis oídos por una espiral de ecos que provenían de todas partes, -Mandalay, ¿Dónde estás?, hay algo más aquí-, buscaba en el cielo algún rayo de esperanza, pero solamente veía una bóveda sin estrellas, me sentía rodeado por las caras inexpresibas de los árboles, sentía cómo sus sombras buscaban a tientas mis pies, de pronto la ví, con los pies inmersos en la tierra como raíces, trataba desesperadamente de desprender la corteza que invadía la mitad de su cuerpo, dejando zonas desnudas de piel, Ana agitada sollozaba mientras con su otra mano oprimía los borbones de carmín que de ella brotaban, se encontraba en un claro bañada por la luz plateada de una luna que no existía, la mitad sin corteza de su cuerpo se hallaba desnuda, su precioso pecho aperlado se encontraba surcado por constelaciones escarlata, y sus pechos oscilaban con su agitada respiración tan rítmicamente como el día que la perdí, al ver su rostro calló los ecos en mi cabeza, pero sé que aún resonaban en las tinieblas, -¿Mandalay?- preguntó Ana mientas alargaba la mano con la que oprimía la hemorragia, su mano con un guante rubí tocó mi cara pero no la manchó, me acerqué lo suficiente como para respirar su aliento, mientras la rodeaba con mis brazos, la corteza avanzaba por su cintura, lentamente, la convertía cada vez más en otro centinela del bosque, -Mandalay eres tú?- gritaba el eco de mi tío al fondo entre las sombras de la maleza, sabía que no podía sacar a Ana de ahí, pero yo podía quedarme, y seguido de ese pensamiento, como en respuesta de aprobación, una raíz apretó mi tobillo izquierdo, al punto de cortarle la circulación, Ana me besó , sentí esos carnosos labios de nuevo juguetear en mi boca, -¿quién es ese hombre en el alto de la escalera?- , sentí cómo su lengua buscaba discretamente la mía, y su mano acariciaba mi espalada formando círculos con la punta de los dedos, - ¿Mandalay?,¿ por qué el hombre de la escalera no tiene rostro?- me alejé para ver esa mueca que hacía entre cada beso, y su rostro juguetón me lo recordó, me recordó como gemía, pronunciando un nombre que no era el mío, de pronto el bosque se llenó de ese fervor, y en las siluetas de la noche veía cómo pasaba todo de nuevo, -¡Mandalay!- la voz de mi tío se escuchaba más lejana aún, y sentí su miedo de nuevo, trate de romper la raíz que sujetaba mi pie pero antes de darme cuenta había empezado a oprimir mi cuello, inmóvil jadeaba en mi último aliento antes de ver como Ana se desvanecía en la obscuridad de mi inconciencia, desperté en mi alcoba, el recubrimiento de la ventana estaba desgarrado, y el símbolo en la puerta seguía ahí, pero el Grimorio ya no lo estaba, recordé las palabras histéricas de mi tío, llamándolo trataba de abrir la puerta con mis manos temblorosas, salí y me encontré con la casa iluminada por los primeros rayos de la mañana, la puerta de mi habitación se cerraba lentamente detras de mi y al voltear a su interior me ví a mi mismo de espaldas, y antes de que se cerarra la puerta, mi cuerpo dentro de la habitación me concedió una última sonrisa.
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